Yolanda y el mar

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Gregorio Palomo Díaz: el pintor de la poesía

Diálogos con mi padre

Hoy quiero recordarte, en este amanecer de otoño, acurrucada en los acordes de Machado y, como quien silba brisas, recitarte…

“Una larga carretera entre grises peñascales y alguna humilde pradera donde pacen negros toros.  Zarzas, malezas, jarales. Está la tierra mojada por las gotas del rocío y la alameda dorada  hacia la curva del río. Tras los montes de violeta quebrado el primer albor, a la espalda la escopeta, entre sus galgos agudos, caminando un cazador”

¿Recuerdas cuándo tus manos quisieron ser la expresión de tu alma? Yo no había nacido aún. Ni siquiera me imaginabas. Apenas eras un niño que crecía en la adversidad de un mundo hostil que negaba tu infancia repleta de inquietudes y sueños.

Un ángel condenado a luchar por cada segundo de vida mientras los colores del campo tomaban forma en tu mente ofreciéndote un universo del que sólo tú serías dueño… Siempre te imaginé en esos campos abrasados, esos campos de Castilla, perdido en la soledad de unos cultivos que serían los fieles compañeros de una imaginación huérfana de cualquier calor pero eternamente cálida.

Y siempre te admiré por ello. Incluso cuando yo no era, tú me dabas vida. Recorrí cada emoción, cada lamento, cada mirada, cada llanto que atravesaba tu corazón en esa España dormida y asustada donde habitabas y de la que anhelabas salir en busca de una libertad siempre incomprendida.

Y entre frías madrugadas y llameantes tardes, siendo apenas un niño al que la vida no da tregua, imaginaste tus pinceles, tus colores, el áspero tacto de un lienzo y comenzaste a construir tus cuadros en un universo que se elevaba por encima del trigo y la cebada a la que estabas condenado.

Naciste en 1935, justo en ese estrecho periodo en el que apenas se asomaba a la vida la Segunda República para morir prematuramente. Y lo hiciste en Burujón, Toledo, el pueblo que tanto amabas y del  que tanto me hablaste en las interminables horas en que pintabas mi rostro. No tuviste el mejor momento para entrar en este mundo. Nadie merece una infancia en la que la única nana es el atronador sonido del odio y el enfrentamiento entre hermanos. Pero la vida es así y no pudiste elegir.

Quizá fue por eso la luz se hizo en ti. Y luchaste por tus sueños. Y por transformar el negro color de la existencia en cálidos colores llenos de esperanza.

Tras casarte con mamá, viniste a Madrid. Corrían los años 60. Apenas tenías nada material, pero poseías la mayor de las riquezas: el amor, tus sueños y un talento que sólo unos pocos elegidos heredan de los dioses.

Tu encuentro con los grandes maestros del Museo del Prado te daría la llave para construir tu legado artístico… Goya, Velázquez, El Greco, Leonardo y un sinfín de maestros que habitaban en el Prado te susurraban cada día y guiaban tus prodigiosas manos que llegaron a alcanzar la máxima y sublime expresión del hiperrealismo pictórico.

Siempre creaste sobre lienzo o tabla. Eran tus mejores aliados. Paisajes, bodegones, retratos… todos los motivos que pintaste nacían a la vida con el mágico toque de tus manos.

Sobre 1970, tu obra empezó a expandirse por todo el mundo: Estados Unidos, Méjico, Colombia, Japón, Alemania e Italia, entre otros países que sucumbieron a la magia de tu arte.

Aquí, en España, el Museo de Cera construyó sus mejores réplicas con tu obra: “Las Meninas”, de Velázquez, “El entierro del Conde de Orgaz” de El Greco, “La chiquita piconera” de Romero de Torres… fueron algunos de los muchos cuadros que habitan en este Museo

El Palacio de la Zarzuela también adornó sus paredes con el retrato que hiciste a Don Juan Carlos de Borbón. Así como numerosas instituciones de la Administración del Estado, dónde se puede contemplar la grandeza de tus pinceles.

Parte de tu obra también se encuentra en el Museo de la Policía, donde los retratos de los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía revelan tu gran talla artística en consonancia con la enorme calidad humana de la que siempre hiciste gala, querido maestro.

Tu imparable trayectoria se consolidó con las sucesivas exposiciones que realizaste en distintas instituciones y galería privadas (Durán, Toisón, Cámara de Comercio, Caja de Ahorros de Madrid, entre otras) tanto de la capital, como del resto de España. Echaba a andar la década de los 80 y tu obra original iba creciendo al mismo ritmo que tu talento.

En este periodo, tus óleos fueron ampliamente reconocidos obteniendo el I Premio de Pintura «V Certamen de Trabajos Artísticos», en 1986 en la ciudad de Sevilla.

En 1987, conseguiste el primer galardón del certamen «VI Concurso de Trabajos Artísticos», celebrado en Madrid. Tuve el honor de ser la modelo de “La gitana” -el cuadro premiado- así como la ocasión de verte recibir el premio de la mano de nuestro querido y admirado Alcalde de Madrid, Don Enrique Tierno Galván.

A comienzos de 1990, tus sueños ya eran una realidad. Montaste tu gran estudio y tu Museo en Madrid, así como en tu querida tierra, Burujón. Era difícil superarte a ti mismo. El nivel de perfección, sensibilidad y vida que brotaba de tus cuadros habían convertido la oscuridad de tu infancia en la luz más intensa que alberga la esperanza.

En este periodo, tu obra original se hizo inmortal. Cuadros como “La gitana”, “La niña de las uvas”, “Las muñecas”, “Las granadas”, “Yolanda y el mar” o “Cacharros de cobre”, entre otras muchas joyas que nos dejaste, fueron una especie de epílogo que nos anunciaba tu marcha.

Porque así como no elegiste cuando nacer, tampoco elegiste el momento en que morir…. Y un triste día de abril de 1993 te fuiste dejándonos desolados y sumidos en un desconsuelo infinito.

Quizá sea patrimonio de los grandes genios pasar por la vida brevemente… O quizá sea que las estrellas fugaces cambian de dimensión dejándonos su luz eternamente, como la tuya con tu magistral legado…

Permíteme dedicarte solo unos versos de uno de tus poetas favoritos, Miguel Hernández, porque necesito hacer mías sus palabras, hoy y siempre:

“Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma, tan temprano…”

Te quiero, papá. Gracias por alumbrarnos eternamente con tu arte y tu luz.

Dedicado a mi padre y gran maestro de la pintura, Gregorio Palomo Díaz.

Yolanda Palomo del Castillo

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